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Es habitual encontrarme con personas, con mandos intermedios, directores, profesores, entrenadores, padres, madres… que hacen alarde de lo exigentes que son en sus empresas, en sus vidas, con sus hijos… Expresiones como:

“Aquí somos muy exigentes” se utilizan con orgullo y tal vez desde el juicio de que “ser exigente es lo correcto, es lo bueno, y es lo que garantiza el éxito personal y profesional”. Probablemente fue un aprendizaje que incorporaron cuando eran niños. A una edad muy temprana empezamos a escuchar de los adultos de referencia mensajes como estos:

“tienes que ser el mejor”, “esfuérzate para sacar mejores notas..”, “puedes y debes esforzarte todavía mucho más”, “No te has esforzado lo suficiente”, “si te esforzaras más conseguirías mejores resultados”, “Si no lo consigues es señal de que no te has esforzado lo suficiente”…

Estas y algunas otras creencias hay quien las ha vivido con tal convicción que desconoce que existe otra forma de vivir.
Llegar a convertir estos mensajes en fuente de nuestros pensamientos y creencias nos condiciona a vivir la vida con una exigencia muy alta, orientada sólo a conseguir resultados. Una exigencia que frecuentemente ha sido estimulada para acatar las órdenes de los padres, o para complacer a los superiores: maestro, jefe, madre, padre, hermano…, dejando de prestar atención a lo que para cada uno es importante y prioritario, a la propia y verdadera necesidad personal.

Al observarles durante la conversación, percibo que esas palabras se apoyan en cuerpos que denotan cierta rigidez. Hombros tensos, brazos cruzados, cuello álgido… Un cuerpo que vive para obedecer, acatar, cumplir, complacer las demandas y mandatos que vienen del mundo exterior. Un forma de vivir que genera una elevada dosis de Insatisfacción, la exigencia no se siente nunca satisfecha, los resultados siempre se hubiesen podido mejorar, los logros nunca son suficientes por buenos que sean, siempre pueden ser mejores.

Desde esa rigidez corpórea intuyo estar frente a personas que están viviendo la vida en blanco y negro, desde el sentir de la polaridad bueno o malo. Y cuando escucho lo que emanan sus palabras siento el sufrimiento que provoca esa forma de observar y de mirar el devenir de las circunstancias de la vida. Porque desde esa mirada, sus pensamientos están enfocados en lo que falta, en lo que no han conseguido, en lo que faltó por completar, y en lo que nunca llegaran a alcanzar, y eso hiere en lo más profundo de su ser.
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